LA CASA DE LA REMINISCENCIA

 

   Se sentía la soledad en cada rincón de la casa, sus pasillos abrían paso para sentir la tristeza cuando caminaba del salón al comedor, todos los recuerdos correteaban por las habitaciones, los ecos de voces alegres bajaban las escaleras, los cantos y silbidos se perdían en el jardín entre las flores y los arbustos, su sonrisa pícara acompañada de su bellos ojos negros se escondía en el porche entre las columnas, así era su día a día, caminar de arriba hacia abajo para ver la casa limpia y en orden como siempre le gustaba verla.


  Luego de la muerte de algunos familiares lejanos y vecinos por el COVID-19, él se volvió temeroso de la interacción con cualquier persona extraña que llegara a la casa, los hijos y los nietos serían los que más podían lograr ese acercamiento, pero muy prudente. Él decía que los espacios de su casa eran suficientes para hacer su vida, la que él quería y necesitaba; tenía sus jardines y sus arboles en el patio trasero, suficiente grama para regarla, verla reverdecer y consentirla él mismo, tenía su estacionamiento con su tallercito para realizar las reparaciones que necesitaba en su casa, pero entraba en pánico cuando requería de la visita de algún técnico especializado, entonces le daba larga hasta que se acostumbraba a no contar con ese equipo o servicio necesario.

  En las tardes venteaba el calor desde el fondo del patio, momento ideal para estar al frente de la casa, y acariciar cada orquídea, cada rosa que le regalaba la naturaleza en su jardín. Tiempo que se tomaba para saludar “de lejos” a sus amigos vecinos mientras daba un refrescante rocío a sus plantas. A su lado lo acompañaba su viejo y fiel compañero de vida, ese noble perro que llegó sin ser invitado y se adueño de los corazones de cada habitante y visitante de la casa, haciendo su ronda por los jardines donde vigilaba bien para luego ganarse su caricia en la cara y la palmada en su peludo lomo negro


  Sus vivencias en esos días se limitaban a un universo de libros, enciclopedias, LPs, casettes, cintas, CDs, Blu-rays,  era una larga y nutrida colección lograda a lo largo de muchos años, desde su juventud con días llenos de energía y mucha alegría, hasta su etapa adulta dorada con recuerdos, nostalgias y dándole espacio a la moderna e interesante tecnología, conservando con mucho celo los equipos reproductores de alta fidelidad de cada época, en un impecable mobiliario adecuado para contener sus tesoros tecnológicos.

  En su estudio atesoraba las fotos y souvenirs de cada momento especial de su vida en familia, con los amigos, las medallas conseguidas, los trofeos logrados, sus títulos perfectamente enmarcados distribuidos en la pared con detalle arquitectónico, cada objeto o imagen venía acompañado de una sonrisa en su cara, de una anécdota jocosa, o de una reflexión por su logro. Su rostro pleno y complacido se amalgamaba con la añoranza, así su muestra era la exposición de su andar en la vida, perfectamente decorada en el mobiliario de esa esquina de su casa, que en esta época de su existencia se mantenía inerte.

  Sus closets conservaban muy bien empacados los trajes para ocasiones especiales que cada vez eran más y más distantes, casi nulas, sus calzados de marca muy conservados con años sin uso se mantenían guardados en las zapateras. De igual manera se podían ver las coberturas para las chaquetas de invierno decoradas alrededor con las bufandas junto a sus guantes térmicos, o las botas de montañismo junto a los morrales de excursión, por otro lado, las máscaras de buceo junto a los trajes de neopreno comenzaban a desprender bolitas de gomas de lo envejecido. En sus paredes guindaban las raquetas que en otrora eran las de última tecnología, las pelotas en sus latas soltaban la pelusa verde envejecida. Todo un closet mostrario de una vestimenta que retro proyectaba un pasado de mucha energía, alegría y aventura que se plasmaba en su anecdótica cara de su pasado pleno.

  El cuarto de los corotos justo cerca del tallercito, combinaban el mostrario de su curiosidad e inquietud del conocer, de sus habilidades, de sus conocimientos académicos o capacidades empíricas, con sus gabinetes donde mantenía los objetos curiosos, los equipos viejos por revisar, aparatos dañados esperando un repuesto que nunca se buscaba, repuestos usados que nunca se reutilizaron o nuevos por instalar, donde siempre esperarían por el momento preciso o adecuado para realizar la tarea pendiente. Eso sí, el orden y la limpieza siempre prevalecía, era la norma en cualquier espacio de esa casa.

  El salón de reuniones era una suerte de museo artesanal y de arte moderno del mundo, dando vista a la colección de objetos en sus mesas y paredes, con muestras de cada rincón visitado en sus viajes por la geografía recorrida. Detallados souvenirs de las ciudades visitadas, bellas muestras de piedras, de platos o tazas algunos con textos o diseños alegóricos a ciudades o pueblos, figuras artesanales en piedra o cerámicas de réplicas arqueológicas; colección de bellos lienzos elaborados por artistas reconocidos, las mantas o tejidos autóctonos de alguna etnia engrosaba el mostrario, denotando el exquisito gusto por las distintas manifestaciones de las artes plásticas.

  Cada salón de la casa recogía las risas de la familia, las sillas del comedor hacían ecos de los cuentos de los amigos, la isla de la cocina conservaba el aroma de los platos preparados, las mesas del jardín mantenían el canto de los cumpleaños, la parrillera humeante de felicidad por las visitas constante de los fines de semana. El movimiento oscilatorio de la hamaca se acompañaba del vaivén de la mecedora de la abuela.

  Los miembros de la familia buscaban cada uno su propio destino, los mayores respondieron al llamado del cielo, los menores tropezaban con nuevos senderos y sortearon caminos de prosperidad, las amistades se distanciaron por salud o por nuevos retos en su edad dorada junto a sus nuevos impulsores del destino, y ahí quedaba lo que en otrora había sido el centro de festejos, reuniones y celebraciones.

  

Autor: Elio E. Capitillo R.

Fecha: Abr 2024

 

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